¿Qué tienen en común la política y la crítica literaria? “Nada” dirían los puristas de la literatura y los que todavía sueñan con la autonomía de las esferas de la vida. En mi caso no respondería con un “toooodo”, pero diría “mucho”. No niego que afirme algo así influido por la lectura de Nunca fuimos modernos (1991) de Bruno Latour. Una parte importante de su argumento es que no hay razones para sostener la separación entre el conocimiento de las cosas (la ciencia) y el interés, el poder, la política de los hombres. Si puede interpretarse esto desde la metrópolis, si ellos nunca fueron modernos, mucho menos nosotros que vivimos colgados del “desarrollo”, de su idea de la modernidad y de la “autonomización” de las esferas de la vida.¿Qué justificaría entonces la separación entre la literatura y la política? ¿Cuál sería el argumento para separar el conocimiento de la literatura (la crítica literaria) del interés, el poder, la política de los hombres?  

Un caso reciente puede servir de ejemplo para estas cuestiones. El pasado 22 de mayo el diario El Observador (de Uruguay) publicó en tapa la fotografía de un hombre viejo. El titular del diario fue “Amodio”. Nada más. No era necesario escribir nada más. Amodio Pérez era, para una buena parte de la literatura sobre el MLN-Tupamaros, el símbolo de la traición. Su aparición era un “escándalo” en la política local. No era para menos. Para los tupamaros Amodio Pérez había colaborado con los militares en la desarticulación definitiva del MLN-Tupamaros. Su aparición pública, cuarenta años después, prometía escándalo, a lo “Intrusos en el espectáculo”. Hacía muy poco otros diarios habían hecho referencia a unas cartas supuestamente firmadas por Amodio Pérez.  Esos medios, entre los que no se encontraba El Observador, no pudieron confirmar la identidad del remitente ni su paradero por lo que decidieron no publicarlas. El periodista Marcelo Pereira, de la diaria, por ejemplo, explicó su decisión en dos textos, uno en abril y otro en mayo.

Pero el batacazo lo dio El Observador, que vendió muchos ejemplares durante dos días con las fotos del Amodio contemporáneo y la publicación de todas sus cartas. De esta forma se actualizó la disputa por el pasado reciente. Mejor dicho, los medios de comunicación nos presentaron su modo de interpretar el pasado reciente. Presentando la historia de “Amodio” como la otra cara de la historia El Observador no hizo otra cosa que pararse del otro lado de los tupamaros, es decir, entrar en la lógica de los amigos y los enemigos. En un guión lleno de héroes y traidores. Y de paso, promover la idea de que somos gobernados por tupamaros populistas que desprecian las instituciones que hace cuarenta años quisieron destruir. El uso espurio del pasado reciente no puede ser más burdo.

El pastiche de Fontana

Hasta aquí los intereses “de los hombres”. Ahora la literatura. En verdad hace ya muchos años que los tupamaros son un asunto literario. Tomando la literatura en un sentido amplio, como sinónimo de palabra escrita, hace ya muchos años que proliferan testimonios, biografías, ensayos, textos periodísticos y no tanto. Pero en un sentido más restringido, hay también textos “literarios”, escritos por narradores profesionales, como los de Hugo Fontana o Rafael Courtoisie. El mercado editorial, fundamentalmente las editoriales nacionales, vienen generando un “boom tupamaro”. La división literatura-no literatura, parecida a la fiction-non fiction norteamericana, no parece adecuada para hablar de esta literatura plagada de mezclas, textos que toman hechos históricos y personas todavía vivas para insertarlas en estructuras y recursos de la literatura.

Es el caso de Amodio Pérez que en 2001 fue personaje-protagonista de la novela La piel del otro de Hugo Fontana. A partir de este dato, su aparición pública podría cobrar un significado diferente. No sería solamente una “versión” del pasado reciente o una “verdad incómoda” para los tupamaros hoy en el gobierno, como lo presenta El Observador. Su aparición pública podría interpretarse como uno de los tantos pasajes del plano de la representación al de la realidad, y viceversa, tan frecuentes en la historia de la literatura y de las artes.

En el apuro muy pocos repararon en el problema de crítica literaria implícito en algunos pasajes de las misteriosas cartas de Amodio Pérez. Por ejemplo, en la primera carta afirma:

El motivo de este escrito es más modesto, acorde con mi escasa altura intelectual, ampliamente refrendada por muchos que ni siquiera tuvieron el disgusto de conocerme y los que lo tuvieron, desde Alba Bordoli al mismo Zabalza, pasando por Edith Moraes, Marenales, Sendic, Rosencof y Mujica, por referirme nada más que a los que más empeño pusieron para desprestigiarme y para que Hugo Fontana se hiciera con unos pesos a mi costa, con lo que algunos llamaron novela y no es más que un mediocre pastiche.

La piel del otro no es una novela, es un pastiche mediocre. El Amodio crítico literario desprecia este texto que entreveró los planos de la ficción y los referentes:

Mi disgusto por su libro está motivado porque muchos de los textos que se me atribuyen están tergiversados o fuera de contexto, lo que da lugar a que las acusaciones adquieran mayor relieve. Salvo en un par de ocasiones, identifico perfectamente a los que las realizan.

Su rechazo tiene que ver con la fidelidad de Fontana a la realidad, es decir, al relato de Amodio sobre la realidad. Pero su disgusto mayor, lo que más le incomoda, es que tuvo que hacer el esfuerzo de identificar a quienes lo acusaban y en dos oportunidades no pudo hacerlo. Aquí están el personaje, el crítico literario, el lector todos mezclados en uno.

El otro también juega

Pero la cosa no terminó ahí, porque Hugo Fontana discutió públicamente con su personaje, devenido realidad. Fontana hizo dos apariciones públicas, una en Océano FM y otra en El Observador. En ambas el narrador defendió su novela y sus principales características. La eliminación de los nombres de los testigos o informantes, por ejemplo. Explicó que surgió de una cuestión práctica: muchos de ellos le pidieron explícitamente no ser mencionados. Fontana convierte esta limitación en un acierto de la novela y  lo justifica estéticamente, porque le permitió presentar “una multiplicidad de voces”, crear una “ficción colectiva”; y también ideológicamente, porque pudo “evitar el maniqueísmo, [plantear] la posibilidad de un acercamiento a la historia, a una trama tan compleja, antagónica, sin hacer valoraciones”.

Todo este asunto me recordó la trama de la novela El rapto de Ícaro (1968) de Raymond Queneau. La resumo: un personaje literario escapa de la ficción de un narrador y este lucha desesperadamente por regresarlo a las páginas de su texto. Como el Ícaro de Queneau, Amodio Pérez salió de las páginas que lo convirtieron en símbolo de la traición. Al pasar de un plano al otro cuestionó públicamente a uno de sus “autores” –Hugo Fontana­–  así como la calidad literaria de su obra. Si la historia reciente del Uruguay y su uso político en el presente no fueran parte de esta historia, la aparición de Amodio sería una situación inesperada, desautomatizadora, como la que alimentó el guión de La rosa púrpura del Cairo de Woody Allen o la novela de Queneau. Pero no. 

2 respuestas a “Amodio Pérez como crítico literario”

  1. ¿Es posible hacer crítica literaria sin un posicionamiento político? No hablo de la política partidaria, claro está. Me cuesta entender qué entienden las personas que afirman que la crírica literaria no tiene nada que ver con la polítcia… o aún peor: que debe ser objetiva.

    Me gustó este post. Saludos.

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    1. Muchas gracias Lucía, a mi me pasa un poco lo mismo. Muchas gracias también por la lectura. Saludos

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